Javier Herrero / EFE
"No es normal". Con estas palabras en el último Consejo de Ministros, el portavoz del Gobierno y titular de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, ratificaba lo que muchos melómanos manifiestan desde hace años ante la odisea en que se ha convertido asistir a determinados conciertos, presos de la especulación.
Sus últimas víctimas han sido los seguidores de U2, incapaces de adquirir a precios oficiales alguna de las 32.000 entradas que daban acceso a los dos shows que ofrecerán el próximo mes de septiembre en Madrid, dentro del eXPERIENCIE + iNNOCENCE Tour, en su primera visita para actuar en la capital en 13 años.
Frente a los 35 euros originales (más gastos de distribución), en las páginas web del llamado "mercado secundario", las que vehiculan la reventa, los tickets más baratos no bajan de los 200 euros y en algunos casos superan los mil.
Los tickets del primer concierto apenas duraron a la venta 10 minutos, lo que llevó a Méndez de Vigo a pedir la colaboración de las Fuerzas de Seguridad para investigar la reventa "abusiva", matiz importante, toda vez que esta práctica está sumida en un limbo legal y ata las manos de una potencial investigación.
Un decreto desactualizado
El Real Decreto 2816/1982, que aprobó el Reglamento General de Policía de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas, lo que prohíbe específicamente es la "reventa callejera o ambulante de localidades", no la telemática, que es la que de forma masiva está dándole la vuelta al mercado.
Se trata por otro lado de una normativa básica que en la práctica queda relegada por la normativa específica de cada comunidad autónoma, de ahí que el tema se haya trasladado a la Conferencia Sectorial de Cultura para armonizar una posición común.
Según el portavoz de la OCU Enrique García, la reventa "como tal no es un delito" actualmente.
"Está prohibida por una norma administrativa, por lo que acarrearía una sanción de este tipo. Otra cosa es que haya un fraude, por ejemplo que se venda una entrada falsa o se establezca una fórmula de engaño a los consumidores", explica.
De la sospecha no se libran ni los propios organizadores de los conciertos, toda vez que la empresa internacional Ticketmaster es propiedad de la principal promotora de conciertos, Live Nation, que es a su vez dueña de una web de reventa, Seatwave.
"No se desvían entradas al mercado secundario", insistía esta misma semana el presidente de Live Nation España, Roberto Grima, en unas declaraciones en las que se felicitaba por una posible investigación y regulación del mercado secundario.
Asimismo, la filial Ticketmaster presume de haber invertido alrededor de 10 millones de euros a nivel mundial en tecnología orientada a mejorar su sistema ("solo en 2016, Ticketmaster bloqueó 6 billones de intentos de bots de acceder a su web", advierten).
Entre sus iniciativas se encuentran las entradas nominales, es decir, aquellas que llevan aparejados los datos del comprador y que obligan a que este se identifique a la entrada del recinto junto a sus acompañantes, lo que provoca "un acceso más lento de lo habitual", como previenen ante el concierto que Metallica ofrecerá este sábado en Madrid bajo esas restricciones.
"Tienen otro problema y es que, si luego no se puede acudir, tampoco se pueden traspasar", destaca Joe Pérez-Orive, director de márketing de Live Nation. Para parchear tal inconveniente, se desarrolló un seguro de no asistencia por razones de fuerza mayor, pero esta medida no deja de suponer otro sobrecoste para el comprador.
Preventa como posible solución
La decisión de emplear entradas nominales corresponde "al artista" y, en el caso de U2, a diferencia de lo que sucedió con la gira del 30 aniversario de The Joshua Tree, la banda recurrió a otro sistema que en su opinión favorece "al verdadero fan": la preventa.
Hasta hace relativamente poco, la pesadilla para los compradores eran las largas "colas virtuales", cuando no las caídas de los servidores. "Se han acometido inversiones para que esto no suceda, pero U2, que puede llenar estadios, va ahora a recintos de un tercio de esa capacidad, lo que genera un cuello de botella que no aguantaría ni la web de la NASA", exculpa Pérez-Orive.
Esta vez, el comprador habitual no podía quejarse de incurrir en una interminable cola a la espera de su turno, porque tras la apertura oficial de las taquillas telemáticas las entradas sencillamente volaron.
Ni Ticketmaster ni LiveNation han revelado el número de entradas que se pusieron a la venta en esas jornadas, bajo la excusa de que "son datos que pertenecen al tour y que no están autorizados a distribuirlos".
Según informa la OCU, legalmente no existe una obligación de reservar un porcentaje mínimo de entradas para la taquilla normal, más allá de reglamentaciones como la valenciana, que preven que se reserve un cupo mínimo del 5 por ciento para el día del espectáculo.
Quienes conocían las dificultades acudieron raudos a suscribirse al club de fans, previo pago de 50 dólares, a cambio del código que les daría prioridad en la compra de dos entradas por socio. El pago de esa membresía, que va directo a la banda (no a la promotora), no aseguraba la entrada y de hecho no todo el mundo pudo hacerse con la suya. Tampoco aseguraba que el comprador no fuese a revenderlas.
Para atajar esta posibilidad, en el caso de los shows de marzo de Harry Styles se activó un algoritmo que, antes de remitir los códigos de acceso, analizaba diversas variables del comprador para verificar su identidad como auténtico fan.
"El futuro", opina Ticketmaster, "pasa por la alianza entre tecnología e inteligencia artificial de datos y por herramientas que prioricen la compra de entradas para los fans como las entradas nominales, el 'verified fan' o la tecnología 'paperless'", en la que la entrada es la tarjeta de crédito con la que se hizo la compra.