ÁLVARO MACÍAS
- Analizando la última década de la secciones oficiales de Cannes, Berlín, Venecia y San Sebastián, la media es abrumadora: solo un 13,6 % de las películas presentadas tenían una mujer al frente.
- La Mostra italiana se lleva la 'Palma': este 2018, de un total de 21 cintas que se podrán ver, únicamente una no está dirigida por un hombre.
Lanthimos, Greengrass, Guadagnino, Cuarón, Chazelle, Assayas, Audiard, Leigh, Kent, Reygadas, Nemes, los Coen… Todos grandes autores, algunos con varias obras maestras a sus espaldas y cargados de Óscar, Globos de Oro y otros reconocimientos. Además, tienen algo más en común: son los nombres confirmados que competirán con su más reciente película en la Mostra de Venecia de 2018.
Bueno, todos, todos… Entre los nombres arriba expuestos está incluido el de Jennifer Kent, la única mujer no solo de ese listado, sino de los 21 participantes de este año en el certamen italiano. Pero, si no se ha visto The Babadook, su debut en el cine, y se ha prestado atención al nombre detrás del 'Directed by', lo más probable es que se piense que se trata de otro hombre.
Y este machismo festivalero y cinematográfico no se queda ahí: Cannes, la Berlinale o el Zinemaldia tampoco aprueban ningún test de igualdad en sus secciones oficiales. Quizá tenga que ver que los cuatro certámenes han tenido todo este tiempo a hombres al frente.
Analizando los últimos diez años los números acaban por ser apabullantes, dolorosos y tremendamente realistas de la industria: de los 813 largometrajes presentados a los cuatro festivales desde 2008, 749 están dirigidos por hombres y 58 por mujeres, con seis excepciones de películas codirigidas por un hombre y una mujer.
El gráfico resultante certifica una verdad que parece, erróneamente, vernácula de Los Ángeles: no solo Hollywood tiene que cambiar. Es acongojante decir que, de media, el 86,4 % de estas películas tenían un hombre tras las cámaras y un 13,6 % a mujeres, independientemente de la calidad dichos filmes. A la hora de anunciar tu sección oficial, el nombre de un hombre llena más la boca que la trayectoria de una mujer.
Mucha excusa y poca crítica
Con toda seguridad, el grave problema reside en la poca oportunidad que se les da a las creadoras desde los puestos de producción. De acuerdo. Pero esto no es óbice: los festivales deberían hacerse mirar por qué, en ningún caso, ha habido un número parejo, siendo el caso "menos flagrante" el Zinemaldia de 2008, donde de 15 cintas a competición, hubo una película dirigida por una mujer por cada dos de un hombre.
Desde el mismo San Sebastián, que quien más se está moviendo en esto, nos remiten sin embargo la siguiente excusa: "El Festival no selecciona en función del género, escoge las que a juicio del comité de selección del Festival son las mejores películas, independientemente de si las dirige un hombre o una mujer". Algo parecido dijeron desde Venecia.
En estos casos no se puede avanzar a ráfagas, como en el pollito inglés, y quedarse quieto otro año. Hay que ser más incisivo en la autocrítica, remitirse a una paradoja básica: ¿es justo perpetuar una injusticia en base a lo que en teoría, pero no en la práctica, es justo? O de una forma más concreta: ¿es lógico no mirar el género cuando así se está prolongando una desigualdad?
Si en una industria machista, como la cinematográfica, donde según el último estudio de CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales) las mujeres ocupan solo un 26 % de los cargos, no se toman medidas concretas en favor de ellas, ¿qué clase de justicia se está impartiendo? ¿Por qué acaba siendo la justicia la palabra con mayor impunidad?
Y la crítica de falta de grandes directoras solo se puede sostener si no se ha visto cine de Paula Ortiz, Mia Hansen-Love, Agnès Varda, Carla Simón, Naomi Kawase, Maren Ade, Jane Campion, Nely Reguera, Lone Scherfig, Lynne Ramsay o Lucrecia Martel. Por poner ejemplos a bote pronto. Si no hay más no es por carencia de calidad, sino por miedo a la fractura en el pedestal.
El Festival de Venecia ha ido a peor
La Mostra de Venecia se presenta este año exactamente como en el 2008: 21 películas, 20 directores, una directora. También en 2017 tuvo ese baremo, salvo que en esa ocasión, si es que existe cierta salvación, tuvo su única presidenta del jurado en el período analizado: Annette Bening. Un logro, visto lo visto. O teniendo en cuenta la composición del mismo en 2010, presidido por Tarantino, y con una única mujer, la actriz lituana Ingeborga Dapkūnaitė.
223 películas han sido las presentadas a concurso en la sección oficial desde aquel 2008 y 196 fueron realizadas por hombres y 24 por mujeres, así como tres codirigidas: Spira Mirabilis, de Massimo D'Anolfi y Martina Parent, en 2016; La quinta estación, en 2012, de Peter Brosens y Jessica Woodwort; y Pollo con ciruelas, un año antes, hecha por Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud.
Solo Sofia Coppola, en 2010, con Somewhere, ganó el León de Oro. El resto de años, ni el gran premio ni el León de Plata a la dirección recayeron en manos de mujer. Tampoco sorprende, dadas las posibilidades.
Desde que el crítico de cine Alberto Barbera cogiera las riendas del festival en 2011 (su primera edición fue la del año posterior), sustituyendo a Marco Müller, Venecia apuesta por nombres masculinos, sin excepción.
Con Müller, en 2009, fueron 25 películas, cuatro directoras; en 2010, 13 largometrajes, tres realizadoras; y en 2011, con 23 cintas en la sección oficial, el certamen alcanzó su cota más alta: cuatro mujeres cineastas y otra de las cintas codirigida por una mujer.
Con la llegada de Barbera, en 2012, Rama Burshtein, Francesca Comencini, Valeria Sarmiento y la citada Woodwoort (junto a Peter Brosens) compitieron sin suerte frente a 13 hombres.
Luego, en barrena. Las ediciones de 2013, 2014 y 2015 tuvieron a dos mujeres en competición; la de 2016, una única competidora y Spira Mirabilis. 2017 y 2018, a Vivian Qu y a la citada Jennifer Kent, respectiva y únicamente.
En la edición de 2018, por si fuera, poco, en ninguna otra sección hay un número mínimamente parejo. El Festival de Venecia es machista. El año pasado, cuando The Hollywood Reporter le preguntó a Barbera por qué había solo una mujer a competición, este aseguró: "No creo que sea culpa nuestra. No me gusta pensar en términos de cuota cuando se hace un proceso de selección. Siento que haya muy pocas películas de mujeres este año, pero no somos productores".
Y esa fue su gran excusa, como el Zinemaldia: no miran el género. Y este año Barbera pondrá la misma. Y ninguna acción que haga pensar en un mínimo cambio. No mirar el género puede ser válido si hubiera igualdad en la industria. No la hay. Así que llevar dos años seguidos a una sola realizadora a competición tiene un nombre: mirar para otro lado.
Cannes quiere salvarse
A pesar del lavado de cara que se ha hecho el Festival de Cannes en la edición de 2018 —y que ojalá vaya a más, como expresó en mayo su director, Thierry Frémaux, al declarar que quieren "mantener el ritmo con un mundo que está cambiando"—, que esto no lleve a engaños: el certamen francés ha hecho muy poco por la igualdad, no ya en su historia previa (solo El Piano, dirigida por Jane Campion, obtuvo la Palma de Oro en 1994, ex aequo a Adiós a mi concubina) sino en los últimos diez años.
En este tiempo nunca ha premiado a una película dirigida por una mujer, pero sí a Sofía Coppola, que el año pasado ganó el galardón a mejor directora. Y ya. No hay otra 'Palma' levantada por una mujer vencedora en película o realización. Si se quiere contar algo, Cate Blanchett, en 2018, la propia Jane Campion, en 2014, e Isabelle Huppert, en 2009, han sido las únicas presidentas del jurado.
Pero que ninguna mujer ganara era algo poco probable en 2010 y 2012, años en los que las realizadoras a competición fueron cero. De 18 y 22 filmes en la sección oficial, respectivamente.
El porcentaje es incluso peor que el de Venecia: de las 224 películas en esta década, 200 (el 89,28 %) estuvieron dirigidas por hombres ilustres como Godard, Haneke, Wes Anderson, Sorrentino o Villeneuve; y 23 (el 10, 27 %) por Andrea Arnold, Isabel Coixet y un etcétera cortísimo. La restante, Línea de pase, fue obra de Daniela Thomas y Walter Salles.
En 2014, Aguas tranquilas y El país de las maravillas intentaron alzarse con la Palma de Oro. Una de las 17 restantes se la llevó. En 2013, apenas tuvo posibilidades Valeria Bruni Tedeschi contra 19 directores.
Desde 2015, el Festival de Cannes lleva, probablemente sin percatarse, a tres mujeres realizadoras, con independencia del número de cintas a competición. Este año, el movimiento #MeToo tomó la alfombra roja y enarboló los mejores discursos, como el de Asia Argento contra los abusos que había realizado años atrás Harvey Weinstein en el marco del festival.
"El cine siempre ha estado en las manos de los hombres", dijo Frémaux en abril. "Habrá más y más (cineastas femeninas) en el futuro". Pero todas estas consignas y boutades se quedarán en nada si el año que viene se repite la jugada en La Croisette, que quiere, sí, pero sobre todo debe cambiar.
Berlín y San Sebastián, propósito de enmienda
Los casos de la Berlinale y del Donostia Zinemaldia es el de dos festivales que, en principio, están entendiendo los errores pretéritos.
Ambos certámenes coinciden, sin embargo, en pésimos porcentajes en su sección oficial: solo el 16,67 % de películas fueron dirigidas por mujeres. Hay que añadir El caballo de Turín, de Ágnes Hranitzky y Béla Tarr, en el festival alemán de 2011, y Elisa K, de Judith Colell y Jordi Cadena, en la edición de un año antes en la capital guipuzcoana. Como curiosidad, sendos largometrajes levantaron el Gran Premio del Jurado.
No es el único paralelismo entre el Palast berlinés y el Kursaal donostiarra, aunque con la diferencia de que el festival de este año en San Sebastián no está cerrado, lo que puede darle ventaja si de aquí a su comienzo los anuncios son más igualitarios.
Además, el director de la Berlinale, Dieter Kosslick, que lleva 16 años en el cargo, ya ha anunciado que renuncia a su puesto para 2019, pues hubo una carta abierta suscrita por varios realizadores y realizadoras del país teutón que pedía una renovación completa de las estructuras del festival
En la última década, ha sido tres las presidentas del jurado en los últimos diez años y tres las mujeres que han subido a recoger alguno de los dos grandes premios tanto en San Sebastián como en el Festival de Berlín, que esta edición, como la anterior, llevó a cuatro realizadoras.
La diferencia estriba en que esos premios se han concedido en 2009, 2017 y 2018 en Berlín (Claudia Llosa, Ildikó Enyedi y Adina Pintilie, respectivamente) y en 2008, 2013 y mejor directora en 2017 (Yeşim Ustaoğlu, Mariana Rondón y Anahí Berneri) en Donosti, a la espera de lo que ocurra este año.
Por ahora, el Zinemaldia lleva siete directores y cuatro directoras confirmadas, igual que el año pasado, por lo que tiene a tiro superar las cinco mujeres que compitieron en 2008, dado que le faltan películas por confirmar en su sección oficial.
Desde el festival guipuzcoano han hecho saber este año en un comunicado oficial que su restrospectiva girará en torno a la figura de Muriel Box, dado que consideran "esencial" revisar su cine para reivindicar el "importante papel" de las realizadoras.
En 2016, por primera vez en su historia, un filme dirigido por una mujer inauguró el certamen. Además, han cambiado el nombre de la sección Nuev@s Director@s a New Directors pues el anterior se acababa nombrando con el genérico masculino.
Por último, quemarán sus naves: "Durante el festival firmaremos el Charter for Parity and Inclusion in Cinema, Audiovisual and Animation Festivals [ya firmado por Cannes y Locarno, por ejemplo], un movimiento que promueve la igualdad de género en la industria cinematográfica a través de acciones concretas; por ejemplo, trabajamos para elaborar estadísticas que permitan saber cuántas películas vistas por el comité de selección están dirigidas por mujeres o tienen en su equipo a guionistas, montadoras, compositoras, directoras de fotografía o productoras ejecutivas y qué porcentaje de éstas se incluyen en las diferentes secciones".
Los pequeños detalles son los que otorgan identidad a un rostro. En Berlín y San Sebastián saben que necesitan mucho cincel para alcanzar lo que han encaminado y que lastran como algo muerto, antiguo y huero las cifras del pasado. Porque si no cambian esas cifras, seguirán como hasta ahora siendo una reunión de directores. Y el nombre 'festival de cine' les vendrá largo.