Su rostro sigue manifestándose en camisetas de algodón, calendarios, posters en 3D, imanes para la nevera y portadas de libros. Desde allí, Kurt Cobain nos dedica una mirada pensativa salpicada por sombras y mechones lacios. O, bien, ofrece un gesto seráfico, el de un mesías bello y virginal al que las drogas no han conseguido aún derribar los pómulos.
Más allá de ese recordatorio en forma de merchandising, el sonido que aquel autor atormentado expandió por el planeta a principios de los 90, el grunge, ha dejado tras de sí una estela nostálgica y diluida.
Para Carrie Borzillo, autora del libro Kurt Cobain. La historia de Nirvana (Libros Cúpula), el legado de Cobain y de su formación, Nirvana, sigue presente en aquellas bandas que han mantenido el delirio «por la distorsión» y la valentía de desnudar sus almas y sus credos en las letras.
Junto a ellas, son numerosos los artistas que poco o nada tienen que ver con los postulados de la escena, pero que reconocen haber escuchado y manoseado con pasión, en algún momento, la discografía de Nirvana. Entre estos, figuran nombres tan dispares como los de MIA, The Killers, Lil Wayne, Bloc Party, Evanescence, Snow Patrol y hasta el del rapero Jay-Z, que incluyó unos textos de Cobain en una de sus canciones.
Lejos quedan aquellos años, a finales de los 90, en los que se llegó hablar de una era post grunge encabezada por los grupos Nickelback, Creed o Stone Temple Pilots.
Actualmente, una fracción del espíritu del movimiento es representado por las formaciones que se gestaron durante su periodo de esplendor y que siguen en activo. Es el caso de Foo Fighters (capitaneado por el exbatería de Nirvana), Pearl Jam y Mudhoney, así como otras que, como Alice in Chains y Soundgarden, han regresado al panorama musical tras permanecer en silencio durante años
También hay nuevas incorporaciones. Desde Australia, se escuchan nombres como el de Violet Soho; desde Sudáfrica, el de Seether. Y en diversos países, pequeñas agrupaciones de corte alternativo se esfuerzan en el que el grunge no pase al olvido. Sus partidiarios, sin embargo, pertenecen al underground, el lugar de donde un día el líder de Nirvana extrajo ese sonido para transformarlo en un fenómeno internacional.
El grunge, al parecer, ha vuelto a casa. Aunque, esta vez, en vez de en Seattle, tenga hogares repartidos por todas las partes del mundo.
Cobain, el apóstol del grunge
Hace justo dos décadas, el 5 de abril de 1994, con solo 27 años, el cantante de Nirvana puso fin a su vida de un disparo en la cabeza. Junto a él, una nota de despedida con letra apretada, algunos tachones y una frase inspirada en una canción de Neil Young: «Se me ha acabado la pasión. Y recordad que es mejor quemarse que apagarse lentamente», concluía, antes de despedirse de su mujer, Courtney Love, y de su hija, Frances.
De esta manera, el músico que lamentaba que la prensa le retratara como a un «heroinómano autodestructivo, dispuesto a volarse los sesos en cualquier momento», cumplía las profecías de las plumas menos complacientes. A los tres días, hallaban su cadáver, y su nombre, que en el último lustro había ocupado el trono mundial del grunge, ascendía a otro asiento más imperecedero, el de los anales de la historia de la música, forjado de gloria, respeto y misterio.
Detrás, dejaba frases clarividentes sobre el arte o el tormento de una fama absurda, pesada y repentina. Y, también, declaraciones de sinceridad desconcertante. Por ejemplo, aquella en la que admitía que cuando trataba de componer la canción pop definitiva, lo que hacía en realidad era copiar a los Pixies, una de sus bandas favoritas. O que la técnica que había encumbrado a su formación, y que llegó a aburrirle, se limitaba a un esquema machacón que comenzaba «con un riff suave que, después, se repite con más fuerza, más volumen y distorsión. Siempre igual».
Aquello no impidió que el segundo álbum de la banda, Nevermind, vendiera millones de copias por todo el mundo y que canciones como Smells like teen spirit o Come as you are se convirtieran en los himnos de una generación que comenzó a vestir camisas de cuadros, gorros de montaña y a otear la vida de una forma dolorida a través de mechones de pelo enmarañado, a semejanza de los del cantante de Nirvana.
«Consiguió convertir lo que no era cool (guay), en cool; que lo que no estaba de moda, invadiera las páginas de Vogue, y que una escena alternativa como el grunge emergiera del underground y se convirtiera en un gran éxito comercial», explica Borzillo.
Otros expertos destacan su capacidad para aligerar la dureza del grunge primigenio, nacido poco antes de la mano de grupos como Green River, con una sensibilidad pop y unas melodías más sencillas y pegadizas. Y otros, como Danny Goldberg, manager de Sonic Youth, la intensidad de su puesta en escena. Una intensidad que muchas veces terminó con el escenario, los instrumentos y los miembros de Nirvana magullados.