De pasar olímpicamente de Eurovisión a eurofán en cinco días cubriendo el festival: esta es mi historia

GUS HERNÁNDEZ

Gus Hernández en Eurovisión

Hola. Soy Gus Hernández y soy fan de Eurovisión, más conocido como eurofán, que es más que un aficionado común, es casi como una nacionalidad, como una forma de ser.

Pero no siempre fui así. Hace unos días, cuando 20minutos me encargó ir a Lisboa a cubrir el festival de Eurovisión yo era uno más de esos seres que ven Eurovisión una vez al año, desde casa y sin demasiada pasión desde que cantó el Chikilicuatre, uno de los mejores momentos de mi vida, dicho sea de paso.

Cuando te vas de viaje a trabajar informando sobre algún evento la mayoría de la gente te ve con la maleta y te dice un amigable "¡pásalo bien!" y tú piensas “ni que me fuera de vacaciones”, cosas de ser un sieso.

Lo primero es acreditarse y a pesar de la ayuda que presta RTVE, que canaliza las peticiones de los periodistas, es más complicado que hacer un examen de ingreso de la NASA. Una vez que has rellenado formularios y aportado cartas de recomendación como para trabajar en la Casa Blanca, puedes acceder a los manuales de Eurovisión.

La UER, la Unión Europea de Radiodifusión, que es la organizadora de Eurovisión junto a la televisión nacional del país anfitrión, elabora unos manuales en los que hay muchos detalles y datos. De hecho tienen todos los detalles y datos. Todos. Ahí dudé entre estudiar económicas o estudiarme los manuales, pues me iba a llevar el mismo tiempo.

Al final hice lo que la mayoría de los periodistas hacen en un brete: llamar al que sabe. Ahí mis compañeros Daniel y Juanma, expertos eurovisivos me dieron las primeras y fundamentales indicaciones.

Llegar a Lisboa y acudir al centro de prensa de Eurovisión, en el pabellón anexo al Altice Arena fue todo uno, directo, con la maleta y a tiempo para ver la primera semifinal. Doscientos wasaps después me situé. Los periodistas seguimos las galas desde una enorme sala de prensa llena de centenares de puestos de ordenador y pantallas.

Algunos ensayos también podemos verlos, grabarlos y comentarlos desde el propio Altice Arena, pero hay también muchas normas con esto: no se pueden grabar más de dos minutos, ni usar aparatos inalámbricos… no sé si conozco todas las normas, de hecho.

En Eurovisión se ensaya mucho. Muchísimo. Es de las cosas con las que más loco se queda uno. El artista de un país que tenga que pasar por una semifinal hará su actuación unas 14 veces. Exactamente iguales. Todas. Como la realización es automática, el cantante debe situarse cada vez exactamente en el mismo lugar, mirar hacia los mismos sitios y controlar los tiempos.

Todas las delegaciones hacen seis ensayos individuales los días previos a la primera semifinal. Cuatro ensayos más para la semifinal y, si pasan, cuatro más para la final. Y todo son galas producidas y realizadas exactamente igual de principio a fin. De hecho, algunas de esas galas se llaman “Family Shows” y es posible comprar entradas para verlas. El sábado por la mañana, la gala que se ve por la tele por la noche ha tenido lugar exactamente igual por la mañana. Incluidas unas votaciones falsas.

Y es de aquí de donde a uno le sale el síndrome de Estocolmo que le atrapa y le llena las venas del fervor eurovisivo. Mis compañeros Carlos y Laura tuvieron ahí mucho que ver. Ellos son profesionales y fans y sus consejos, comentarios y explicaciones me hicieron ver la complejidad detrás de lo que parece un simple concurso de canciones.

Cubrir Eurovisión supone trabajar unas 14 horas al día. No es una exageración. Hay entrevistas, galas, más entrevistas, actos, noticias, polémicas, declaraciones, sucesos, eventos y ensayos hasta bien entrada la noche… y hay que contarlo todo.

Afortunadamente cuento con la ayuda de David Moreno, del blog Dando la Nota de 20minutos.es, con el que comparto curro y alojamiento. Un alojamiento bastante surrealista, dicho sea de paso, con partos, bebés y visitas de China.

También me han tocado. Mucho. La seguridad es férrea en Eurovisión y cada vez que se entra o sale del recinto hay que pasar por controles de seguridad, escaner, arco de metales y chacheo pormenorizado de esos que no sabes si te están registrando o has ligado.

La sala de prensa es como una ONU con marcha. Hay países de todo tipo y condición. Los españoles, por ejemplo, llenamos las mesas de banderas, recortes y hasta tiras de led de color rojo (ESCplus mediante). Los húngaros consiguen un hit poniendo globos hinchables con los colores de su bandera. Austria se ha traído un recortable a tamaño real con la efigie de su cantante.

Cuando su país canta hay de todo: desde los ruidosos búlgaros a los serios y fríos holandeses, que miran su canción como podrían estar mirando los resultados de la Bolsa en un día de cierre de mercados.

A mí me va entrando el nervio según se acerca la final. Y es que empiezas a cogerle morriña a todas las canciones, artistas y delegaciones. El roce hace el cariño. Y aunque todos sabíamos que España no ganaría, no podemos evitar sentirnos orgullosos con el buen trabajo de Alfred y Amaia.

Estos días hemos estado muchas veces con ellos. Se les nota el cansancio, pues ellos no paran. Ensayos diarios que deben hacer a la perfección, encuentros con fans, con la prensa, en la embajada… y todo el mundo quiere algo de ellos: una foto, un autógrafo, una declaración… y cualquier cosa que digan será llevada a un titular. Y si se puede, malinterpretada. Y aun así nunca dicen que no y se prestan y facilitan el trabajo.

También he hecho un poco de guiri. Me he hecho fotos en el Altice Arena, en la Green room de las delegaciones (los sofás blancos donde se sientan los artistas a esperar las votaciones) y con algunos artistas, por supuesto con Amaia y Alfred, pero también con Netta, la representante de Israel.

Me llaman de la redacción de 20minutos para preparar la gala final. Y me veo explicándoles sin dudar cómo funcionan los turnos de votación, los ensayos, el jurado… con el móvil en la oreja miro de reojo y mi compañero Carlos me mira orgulloso. Creo que ya soy un eurofán.

La final es una apoteosis. Cualquiera que sea futbolero sabe cuál es el sentimiento. Es como vivir un partido, pero llevado a lo musical. Vibras, haces comentarios, das tu opinión (mientras escribes como un desgraciado y haces vídeos y tuits y crónicas, claro).

Y aquí estamos, cinco días después, agotado y contento, ¿deseando que llegue el próximo Eurovisión? Para esa pregunta aún no tengo respuesta.

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